Da la sensación de estar en un paraíso. Aun estando tan cerca del espigón del puerto industrial; con el ir y venir de los pequeños barcos de pesca. A pesar de las vistas que ofrecen las gigantescas industrias asentadas en la costa un kilómetro más al norte.
Pero un paraíso inhóspito, que estaba aquí antes de la llegada del hombre, que no se concibió para ajustarse a nuestra medida.
Uno se siente extraño, intruso, casi intimidado. Una playa amplia, enorme, rectilínea hasta resultar inquietante, y rodeada por altos muros de roca negra. Y donde la arena... ni siquiera es arena, sino minúsculos cantos rodados.
Su difícil accesibilidad ayuda. Difícil para quien busca una playa domesticada, con todos los servicios. Quince minutos de descenso (inevitablemente a pie) por un complicado camino que parte desde el aparcamiento ubicado a la orilla de la carretera, desde el que no se puede apreciar la verdadera dimensión del lugar al que nos dirijimos.
Orientada a levante, resulta un balcón excepcional desde el que apreciar el espectáculo del amanecer.
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