Diseminadas por nuestra geografía del levante
andaluz encontramos accidentes geográficos que parecen tener referencias
religiosas, los llamados “frailes”. Suelen observarse en lugares altos (peñones
y picos, generalmente), alejados de núcleos de población.
Peñón del Fraile en la Sierra de las Estancias |
Realmente
no hacen referencia a personajes concretos, sino a una figura genérica que se
remonta a un pasado olvidado: el monje ermitaño.
Estas
personas buscaban sitios remotos, alejados del “mundanal ruido”, que les
proporcionaran la tranquilidad necesaria para vivenciar su espiritualidad,
buscar respuestas a las eternas preguntas y acercarse a su dios. Una búsqueda
que se ha venido dando en todas las religiones y culturas.
Peña del Fraile en los Filabres |
Algunos
rincones les parecían más propicios para sus propósitos. Ciertas formaciones
rocosas labradas por los elementos durante años incontables pueden parecer
esculpidas por manos de gigantes, y los juegos de luces y sombras despiertan la
imaginación curiosa, que quiere ver rostros y formas que pongan un orden
reconocible en ese mar de estímulos que todo lo envuelve, de manera que algunas
se personifican o pasan a ser deificadas.
Estos
parajes elevados que no han sido modificados (demasiado) por la mano del
hombre, ofrecen otra forma de mirar la realidad, otra perspectiva desde la que
apreciar lo que nos rodea, lo que somos, nuestras capacidades y limitaciones,
nuestro lugar en el mundo... Abarcar enormes distancias que se extienden a
nuestros pies, magnificando el horizonte de nuestra percepción; disfrutar de lo
que al principio nos parece silencio, pero que es la suma de los innumerables
sonidos de la Naturaleza; escuchar nuestros pensamientos, alejarnos de las
preocupaciones inmediatas, de la prisa.
Los Frailes en la Sierra del Cabo de Gata |
Con el correr de los tiempos, el halo que envuelve a estos lugares
permanece en la memoria colectiva de forma tenue, evidenciándose en la persistencia
de estos nombres que guardan el pasado.
"El hijo de la civilización, ajeno a aquélla naturaleza por su educación y por sus orígenes, era más sensible a su grandeza que sus rudos vástagos, aquellos que dependen de ella en un plano de prosaica familiaridad. Éstos apenas conocen el temor religioso con que el otro se detiene a contemplarla con los ojos abiertos de par en par, un temor que influye profundamente en su relación con ella y mantiene su alma en una especie de estremecimiento religioso, de excitación y temor continuo."La Montaña Mágica, Thomas Mann